27.3.08

Causeo Porteño

Causeo es un nombre infinito. Como Cazuela. Como Empanada. Polisémico para ser más precisa. Pide una cazuela, atolondrado, y si no sabes donde estás parado, solo te queda tener fe en la olla y en los milagros de un onmívoro bien alimentado.
Causeo podría ser una palabra media llena o media vacía, dependiendo del comensal. Pero una vez que entras al Yugoslavo, en Valparaiso -que dicho sea de paso, tampoco tiene nombre, o tiene y nadie lo recuerda porque solo se llega a él invocando a un país que ya no existe-; no te queda otra más que enfrentarte a la incertidumbre. Entonces todo comienza a tener sustancia.
Y a la mesa, que ya tiene un par de chorrillanas y cinco litros de cerveza de aperitivo, llega un plato reluciente: gelatinosas patas de vacas cortadas en cubitos revueltos con porotos, cebolla y cilantro, aliñado con aceite y limón. Que la gelatina no lo amedrente, el causeo es una delicia.
Pa no darle más vuelta al asunto, adjunto un artículo de La Nación, que le incluye además, la conversación que nunca falta en los bares del puerto, el orgullo de ser NIC, nacido y criado en Valparaiso.

EL YUGOSLAVO FANTASMA

Iván Staroselcic llegó a Valparaíso en 1946. Siete años atrás, se había bajado de un mercante yugoslavo que venía a buscar salitre en Tocopilla y decidió que quedarse en Chile era mucho mejor que volver a enlistarse en el ejército de su país, que se preparaba para lo que más tarde se llamaría la Segunda Guerra Mundial.

Antes de anclar en el principal puerto de Chile, trabajó en varios oficios y así juntó dinero. Ya afincado en la avenida Colón, decidió comprarle al comerciante Carlos Vargas su restaurante: el San Carlos. Poco tiempo pasó para que en la ciudad corriera la voz de que un extranjero se había hecho cargo del boliche ubicado en calle Las Heras. Por eso el bar comenzó a ser conocido como “El Yugoslavo”, pese a que nunca cambió de nombre.


Hace un par de años Staroselcic se fue para siempre. Hoy, su hija Slavka –y a quien, paradójicamente, todos conocen como Gloria- se hizo cargo del negocio familiar. Ubicada justo debajo de un retrato doble que muestra a Iván en su juventud y vejez, Slavka Staroselcic trae al presente los tiempos duros, cuando debían ensuciar platos adrede para fingir que los parroquianos comían y no sólo bebían. “Un problema de patentes teníamos”. Pero también había momentos de alegría, como, por ejemplo, aquella iluminada mañana en que el yugoslavo ideó el plato que hasta el día de hoy identifica al San Carlos: el causeo de patas con porotos. “Mi padre siempre quiso ser chileno, y una vez se puso a pensar en lo que caracterizaba a la comida de su nuevo país, agarró unos porotos, unas cebollas, le agregó unas patas peladas y cocidas, y creó ese causeo”, relata su hija.

Dos tipos jóvenes discuten en una mesa cercana acerca de las formas de ser considerado porteño:

-Mira huevón -dice uno de ellos, que tiene la cara llena de espinillas-, uno puede tener la nacionalidad en Valparaíso por el ‘ius sanguinis’ o el ‘ius solis’. Si tuviste padres porteños y naciste en Coyhaique, igual ‘pasai’ por porteño. Y si naciste en el Van Buren, el Deformes o el Alemán, pero tus viejos eran de otro lado, también te asiente el derecho a la nacionalidad. ¿Me cachai? La cosa se complica si naciste en el Naval, porque ahí eres playanchino, y ese es otro cuento.

Una de las garzonas observa a los dos hombres y sonríe en silencio. En ese momento la dueña del San Carlos lanza un dato que se le escapaba. “Yo creo que mi padre sigue aquí, y le voy a contar un secreto…pese a que yo nunca he podido verlo, se me han ido tres niñas que trabajaban acá. Es que dicen que el fantasma del yugoslavo se les apareció, y se espantaron”.