El mito familiar era que yo comía cochayuyo hasta los cuatro años y que me encantaba. Pero a esa edad mis padres cometerían un error nefasto. Dejaron la puerta de la cocina abierta y yo sentí el olor que emanaba de la cocción de nuestra alga nacional. Nunca más volví a probar bocado de tan vapuleada planta marina.
Como se dice en buen chileno, yo fui patachera desde chiquitita. Comía piures, comía erizos, comía acelga, comía panita de pollo, ¡comía guatitas! Pero no comía cochayuyo. A medida que transcurrían los años, iba superando mis traumas alimenticios, primero el pimentón, luego el zapallo italiano, la cebolla, las aceitunas amargas, las berenjenas, el queso cabeza. Hasta que llegue a una madurez gastronómica tal, que era la envidia de todos los mañosos. Yo comía de todo y cuando me preguntaban con sarcasmo ¿hay algo que no te guste? Solo una pequeña mancha en mi impecable currículum: el cochayuyo.
Hasta que un día soleado, en medio de la Villa Olímpica, en un puesto de fruta frente a aquel supermercado olvidado de Unimarc, una pequeña bolsa estremeció la curiosidad. Junto a un montón de ensaladas preparadas en sus respectivas bolsitas selladas al vacío, decenas de pedacitos marrones ahuecados en su interior, previamente cocidos tentaron a una esquiva comensal. Además le llevaban cebolla en pluma amortiguada y cilantro picado. Solo había que echarle limón.
Así lo hice. Nada tenía que perder. Llegue con la bolsita a mi casa, exprimí los limones, lo dejé reposar y le agregue sal y limón. Puse el plato en la mesa y el resto de los comensales empezaron a acercarse con desconfianza. Fue un momento de suspenso. Parecía que una bomba explotaría en cualquier minuto. Y lo probé. Y fue tal el éxtasis que experimenté que fundé El Club de los Reconciliados con el Cochayuyo. Ya somos tres.
Y no solo eso. Hasta inventé una receta muy fácil de hacer. Vaya a donde su casera de siempre, ese de las ensaladas en bolsitas, compre porotos burros, cebolla en pluma amortiguada con cilantro, y cochayuyo cocido y picado. Mezcle todo, exprima abundante limón, deje reposar 10 minutos, agregue sal y aceite a su gusto. Si no tiene un casero que venda estos productos, puede venir un fin de semana cualquiera a la Villa Olímpica, de preferencia a mediodía, y compra estas ensaladas preparardas en el puesto que está al lado de la pescadería. Imposible perderse.