7.10.07

FERIA LIBRE





Hoy fui a la Feria. Como casi todos los fines de semana. La feria es el ritual sagrado del cuál depende toda nuestra dieta alimenticia. Más aún, de la feria depende nuestra buena salud. El pelo brillante, la piela tersa y suave, los músculos ágiles, la retina transparente, la nariz despierta, las papilas entusiastas, las manos aladas y el corazón fuerte. Cuando voy a la feria, todos parecen más alegres, y no son solo las tallas de los feriantes, el soliloquio lúdico de los vendedores de frutas, no, no es solo eso. En la feria la gente sonríe, se encuentra, choca y pide disculpas. A veces creo que es el efecto de la exacerbación de los colores y aromas que a ratos te hace pisar las nubes, el extasis de la sensualidad fuera del cuerpo humano, lo mundano en su punto más sublime, la deliciosa frivolidad de la formas.
Pero la feria llevaba un tiempo lejos de si misma, las heladas, la inflación y el invierno inhibían toda expresión de alegría. Qué alegría puede haber cuando el bolsillo no te alcanza para comprar ni lo más básico y remite al supermercado una y otra vez. Fideos y sopas en sobre para los necios, llenando la sangre de tóxinas. Hasta que llegó la primavera y empezaron a bajar los precios. Alivio y entusiasmo en el primer fin de semana de Octubre.
La nutrición y la buena mesa, ocupan gran parte de mi vida cotidiana. Es una obsesión, debo reconocerlo. Una obsesión que llega a tal extremo, que despierto y me duermo pensando en comida. Cuando quiero expresar mis sensaciones de placer, siempre las comparo con comida, y cuando quiero compartir con alguien, siempre desempolvo mis recetas. Por eso no puedo dejar de ir a la feria.
En la casa somos cuatro personas, y gastamos 100 mil pesos mensuales en alimentación. 36 mil pesos se gastan de una sola vez en el supermercado, abasteciéndonos de alimentos no perecibles, y 16 mil semanales para comprar alimentos frescos y crudos. Practicamente el 50% de nuestra dieta son frutas y verduras crudas. Solo frutas al desayuno, yogur a media mañana, ensaladas de todos los colores de entrada, plato de fondo que incluya proteinas, carbohidratos y vitaminas, y aguita de hierbas, mote con huesillo a media tarde, pan con mantequilla, palta, queso o huevos de once, y ensalada o sopa casera de verduras pa terminar el día. Todo gracias a que existe la Feria. Y una vez cada tres meses vamos a La Vega donde compramos aceite de oliva y muchas legumbres.
Toda mi vida gira en torno a la comida. Mi vida es la comida.

9.5.07

El Club de los Reconciliados con el Cochayuyo

El mito familiar era que yo comía cochayuyo hasta los cuatro años y que me encantaba. Pero a esa edad mis padres cometerían un error nefasto. Dejaron la puerta de la cocina abierta y yo sentí el olor que emanaba de la cocción de nuestra alga nacional. Nunca más volví a probar bocado de tan vapuleada planta marina.

Como se dice en buen chileno, yo fui patachera desde chiquitita. Comía piures, comía erizos, comía acelga, comía panita de pollo, ¡comía guatitas! Pero no comía cochayuyo. A medida que transcurrían los años, iba superando mis traumas alimenticios, primero el pimentón, luego el zapallo italiano, la cebolla, las aceitunas amargas, las berenjenas, el queso cabeza. Hasta que llegue a una madurez gastronómica tal, que era la envidia de todos los mañosos. Yo comía de todo y cuando me preguntaban con sarcasmo ¿hay algo que no te guste? Solo una pequeña mancha en mi impecable currículum: el cochayuyo.

Hasta que un día soleado, en medio de la Villa Olímpica, en un puesto de fruta frente a aquel supermercado olvidado de Unimarc, una pequeña bolsa estremeció la curiosidad. Junto a un montón de ensaladas preparadas en sus respectivas bolsitas selladas al vacío, decenas de pedacitos marrones ahuecados en su interior, previamente cocidos tentaron a una esquiva comensal. Además le llevaban cebolla en pluma amortiguada y cilantro picado. Solo había que echarle limón.

Así lo hice. Nada tenía que perder. Llegue con la bolsita a mi casa, exprimí los limones, lo dejé reposar y le agregue sal y limón. Puse el plato en la mesa y el resto de los comensales empezaron a acercarse con desconfianza. Fue un momento de suspenso. Parecía que una bomba explotaría en cualquier minuto. Y lo probé. Y fue tal el éxtasis que experimenté que fundé El Club de los Reconciliados con el Cochayuyo. Ya somos tres.

Y no solo eso. Hasta inventé una receta muy fácil de hacer. Vaya a donde su casera de siempre, ese de las ensaladas en bolsitas, compre porotos burros, cebolla en pluma amortiguada con cilantro, y cochayuyo cocido y picado. Mezcle todo, exprima abundante limón, deje reposar 10 minutos, agregue sal y aceite a su gusto. Si no tiene un casero que venda estos productos, puede venir un fin de semana cualquiera a la Villa Olímpica, de preferencia a mediodía, y compra estas ensaladas preparardas en el puesto que está al lado de la pescadería. Imposible perderse.